martes, 30 de diciembre de 2014

HABITACIÓN EN ROMA


   Quien ha llorado en Roma sabe que el agua del Tiber no lo limpia todo, ni si quiera el transcurso de los siglos ni el peso de la historia. Como muchas otras ciudades, tiene un itinerario de cultura, un itinerario para el amor y un itinerario para el fracaso. Es posible que de este último no haya oído hablar el viajero o el turista. Pero existe, claro, como dije antes, al igual que en otras muchas ciudades. No es un camino prefijado, no aparece publicado en las guías ni tiene que ver los lugares por dónde te lleven tus pasos. Depende del propio paseante y de quién le acompañe.

   Ese camino de la pérdida, puede empezar, por ejemplo, en la Fontana di Trevi, cuando descubres que no eres Marcelo Mastroianni y que Anita Ekberg no se muere porque la salves de las fauces de Neptuno. Continúa, por qué no, en una Piazza di Spagna sin Audrey Hepburn con la que comer helados. Sigues el recorrido y el Colosseo no ofrece esa vista triunfal que deseas regalar a unos ojos cansados de la rutina del llanto (además, no hay leones). 

   Quien ha reído en Roma, sabe, sin embargo, que pasarás toda tu vida deseando volver. No importa la trascendencia que tuvo tu viaje anterior, ni la compañía que tuvieras, el tiempo transcurrido por sus empedradas calles... Soñarás todos los días con encontrar alguien con quien volver y que comparta contigo sus bellezas.

   Por cierto, quien ha reído y ha llorado en Roma, incluso quien ni haya estado en la ciudad eterna, debería dejarse enamorar de una habitación llena de poesía y de valor. Habitación en Roma de Julio Médem. En esa habitación, aunque sea desde fuera, se encuentra el reflejo de la búsqueda, de los miedos, de los compromisos, de las rupturas, de la valentía   -a pesar-, de la palabra sin prisas ni engaños. Una habitación desde la que bien merece la pena observar cómo pasa el tiempo despacio. Porque así es Roma, una ciudad con prisas en la que el tiempo transcurre lento, como la Historia.